23 de febrero de 2009

A
(ça fait longtemp)
Imagine, me he sentado yo en una esquina y he prendido un cigarrillo ( intento salvar esa preciosa relación que se desata en la lengua entre el tabaco y el sabor del tinto, en fin). De repente se me acercó una mujer callada, tenía un aspecto muy extraño: su piel era arrugada; al igual que las uvas pasas, ¿recuerda?: así era su rostro con un gris suficientemente insípido para ganarle a la ceniza. Se sienta a mi lado y me dice: “verá usted, yo no he tenido una buena vida…” Cuando dijo eso me fije en el cigarrillo, no se había bajado ni un poquito, de pronto me dije, bueno, vamos a conversarlo y pienso: ¿será demasiado? Le pregunto: “¿y acaso cuanto tiempo de vida tiene?”, y me dice: “diga usted que tengo unos….” Y es extraño, recuerdo que me dio su dato, sin embargo se esfumó al igual que en los sueños, hay datos que usted simplemente no recuerda…En fin, podrán haber sido algunos meses. Me dice después: “Verá usted -me hablaba con voz taciturna, porque evidentemente estaba triste…-, fue en esta esquina, en ésta que usted ve, donde me dio uno de esos besos, de esos que no se olvidan, de esos espontáneos y que cuando acaban, sabe usted que ha inmortalizado esa calle y unas dos cuadras más. No quiero volver a verlo… Aún hoy me pregunto por qué me fije en él. Yo pienso y pienso, y tal vez fue su voz. Esa voz que me encantó, como se encanta a una serpiente para que salga de su saco. Fue con esa misma voz, con la que me lastimó una tarde. Antes de cualquier cosa, le digo a usted: soy consciente, en mi tristeza, que yo puse el brazo para que me lastimara; y bueno… igual se hizo la herida, su voz fue como el filo de una hoja que se pasa por la piel. Me dijo él: por acá no entra nadie…En ese momento he sabido caer en una caja de puntillas, como quinientas, con alfileres, qué sé yo, me dolió. Verá usted, yo soy virgen, en esta vejez y todo, soy virgen. A ese hombre, esa y otras tardes, no solo le abrí mis piernas, también le abrí todas mis posibilidades. No sólo estaba él entre ellas, se alcazaba a colar entre mis pestañas, entre mis axilas, se me quería meter entre los músculos y la piel… Cuando su voz se coló entre los dos cuerpos desnudos esa tarde, no supe qué hacer. Me moví inconforme y él se apartó. Yo miraba fijamente la pared blanca y cuando la toque, me di cuenta que así de fría era la risa de mi cuerpo: Mi cuerpo se burlaba de mis deseos…Esa tarde tan sólo quería estar con él. Quería que callara sus discursos y que encarnara en mí otro, que escribiera y hablara en mí por primera vez, otra cosa… A la final esos deseos se fueron a la mierda. Ahí estaba yo esa tarde, llorando con esa fría pared, sentía que me partía en dos, veía cómo el deseo se podría y el cuerpo se burlaba...”
De pronto pasa un camión de carga pitando muy fuerte frente a nosotras. Esta mujer se ha callado, mirando la esquina con una de esas tristezas que pesan como el plomo y que no se puede negar así se ría fuerte; miraba y miraba, con su piel igual de gris y sus ojos cargados de lágrimas.
Cuando acerqué el cigarrillo a mi boca me di cuenta que se había acabado. Pensaba en él y me decía: voy por otro. El sabor del tinto no se ha ido y converso, beso mi cigarrillo, le doy vida y muere conmigo, se roba mi atención y siempre lo observo con detenimiento, siempre le doy un buen lugar, una buena compañía; la mayoría de las veces se aburre mi cigarrillo, lo fumo sola, sólo conoce en su corta vida a mis labios; así que cuando puedo lo acompaño con los labios de otra persona, de otro hombre, de un hombre que me bese tanto que el cigarrillo se percate de que mis labios, cada vez que le llevo a mi boca, son distintos, tienen otro componente… Pero mientras he pensado todo eso, vuelvo al lugar donde se encontraba la mujer gris y ya no está. Cuando la busco en los costados y no la veo, choca mi mirada con la esquina que tanto me decía y me quedo mirándola un rato. Finalmente me voy. Cuando empiezo a caminar otra vez, miro el suelo despacio, me distraigo con las líneas del andén, las veo como pequeñas olas que sólo tienen el ritmo de mis pasos, y en un momento un pensamiento llega al semáforo donde paso yo siempre la calle: allí estuvo esa mujer gris, duró algunos segundos, se apareció mientras vio el color de los ojos de ese amante en esa esquina, sólo ella recordó ese color, y murió con él y su podrido recuerdo.